viernes, 7 de enero de 2011

Esa noche - Manuel Malvés (2ª parte)

Empezaremos, como corresponde, con el señor Manuel Malvés. Él ha regresado a su casa, después de finalizar el trabajo extra que el suicidio de Jacinto Gutiérrez le ha ocasionado y, por lo tanto, viene bastante cansado y un poco más tarde de lo habitual, pero ese no es un problema porque el señor Manuel Malvés ha llamado a su esposa para decirle que llegaría tarde y que no se preocupara, que él sabe lo peligrosas que están las calles. Y es por eso que está llegando de noche y su mujer, que ya estaba avisada, lo espera con la comida lista. “Te hice ravioles con salsa boloñesa”, le dice mientras prueba uno para saber si ya está cocinado: “Perfecto, están a punto”, agrega.
El señor Manuel Malvés, a pesar de haber tenido una jornada complicada y de estar tan cansado, no olvidó que hoy es su aniversario. Él es un gran un hombre, pero detrás suyo hay una gran mujer, y así como él administra una comisaría de manera aceptable, es su mujer la que organiza su casa y en 20 años ha formado un hogar respetable. El señor Manuel Malvés ha contado varias veces que su mujer es la que administra la economía de la casa. Eso al señor Manuel Malvés le gusta y le quita responsabilidad, demasiado tiene el pobre, con organizar una comisaría que pocas veces ha fallado a quienes solicitan el servicio policial, sabiendo que en muchas ocasiones el personal se topa, como nosotros lo hemos visto, con individuos que se niegan a decir el nombre de sus compañeros, haciendo que la tarea policial sea más ardua y dificultosa.
Entonces tenemos que la señora de Manuel Malvés es la responsable del hogar, así como su marido lo es de la comisaría, y uno y otro, cada uno en su ámbito, se muestran eficaces en su labor. Es por eso que cuando el señor Manuel Malvés llega, ella tiene los ravioles a punto, ni crudos, ni pasados, y el señor Manuel Malvés solo tiene que sentarse y comer, que ella sabe lo cansado que viene su marido cuando trabaja hasta tarde y además sabe que la comida que más le gusta son los ravioles son salsa boloñesa y, si bien, por ser el aniversario habían acordado ir a cenar esta noche en un restorán a la luz de las velas, ella cambió los planes cuando recibió el llamado de su esposo y supo que vendría cansado, y fíjese, señor lector, que mal no lo ha hecho porque los ravioles están a punto y el señor Manuel Malvés está sentado y ya empieza a relajarse, pero cuando su señora se sienta saca del maletín un ramo de rosas y le dice a su esposa “feliz aniversario, mi amor”. A nosotros, el ramo de rosas nos sorprende más que a la señora, porque no lo hemos visto cuando lo compraba, así que imaginamos que lo hizo antes de ir a la comisaría o en el breve lapso del viaje entre ésta y su casa que nosotros hemos elidido para darle concisión al relato. “Gracias, mi amor”, responde su esposa, mientras se acerca para abrazarlo. Juntos están y besándose.
Se dicen que se aman y se vuelven a besar, y es ella, como lo ha hecho en los últimos 20 años, tal vez, con la piel menos lozana, pero siempre con la misma dulzura, la que le besa la barbilla y le dice “eres el mejor hombre del mundo” y ahora es él, con una panza prominente, que hace 20 años eran los marcados abdominales de un joven cadete de policía, el que le dice “sin ti no podría vivir”, y son ambos los que vuelven a juntar los labios, las lenguas, los dientes, el aliento, la saliva. Uno frente al otro, palpándose. Cuerpos más frágiles, más blandos, menos turgentes. Cuerpos que se aman, que se denudan y se gozan. Y es él el que dice “eres mía”, y es ella la que dice “tuya soy”, y así abrazados se dirigen al dormitorio. Allí se amarán como lo han hecho en los últimos 20 años. En la mesa han quedado las rosas y los ravioles que se enfrían.
Ella le da un beso en los labios, él suspira para recobrar el aliento. “Eres fantástico”, dice ella con una sonrisa. “Tú también”, dice él, apaga la luz y agrega: “querida, mañana tengo mucho trabajo”, ella lo abraza y dice: “querido, no olvides de ponerle un cinto nuevo al pantalón, que después la gente dice cosas”. Él cierra los ojos y dice: “no lo olvidaré querida, buenas noches”. Ambos duermen. Buenas noches.

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