martes, 14 de diciembre de 2010

El jugo de naranja y el vestido

Y yo veo a la gente que grita en la plaza pero también veo a los que se han quedado en su casa porque, en definitiva, ellos no quieren o no entienden o no saben o no les interesa y ellos han cerrado la puerta y han mirado por la ventana a los que iban a la plaza del centro y han dicho: “menos mal que no me sucedió a mí” y luego se han preparado un vaso de jugo de naranja y se han sentado a mirar el reloj: “ya pasará”, dicen. Es la gente que prefiere que los otros hagan las cosas, total lo obtenido, mucho o poco, después se reparte entre todos. Para qué van a correr riesgos habiendo otros que lo hacen, y bueno, hoy por mí mañana también por mí. Agachemos el lomo y que otro le ponga el cascabel al gato, que en este mundo sobreviven los que miran para otro lado. Así podríamos dejarlos, con su juguito, su sillita y su lomito agachado, mirando el reloj y cuidando su cadera en la silla más cómoda que tengan, pero voy a hablar de aquel muchacho que toma su juguito y mira el reloj y vuelve a tomar su juguito y a mirar el reloj. Yo creo que a pesar de haber cerrado la puerta, ese muchacho está angustiado, porque cuando termina su juguito da un golpe en la mesa, se levanta decidido y ya lo estamos viendo salir a la calle, hasta que llega a la plaza y dice: “Compañeros, cuenten conmigo, esta lucha también es mía”.

La Tota escucha de lejos los cantos de la plaza. Está comprando un vestido para el baile del fin de semana. La señora que atiende el negocio le ha preguntado por qué llora. (Fin capítulo VI)

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