domingo, 5 de diciembre de 2010

La sangre

La sangre de Jacinto Gutiérrez está en un balde y la arrojan por la pileta del lavadero, pasa por unos caños finos, otros gruesos y dobla hacia la calle para entrar en otro caño mayor, allí empieza a andar lentamente entre papeles y aguas fétidas hasta que llega a un arroyo y es allí donde ve unas plantas verdes y esponjosas, luego la sangre observa el horizonte inmenso de un río y por ese río se deja llevar como mareada, informe, como dormida, quizás por el calor, apenas pensando en que es parte del río azul que la lleva no sabe donde, y como siente demasiado calor, casi dormida, ingrávida, intuye que se dirige hacia arriba, con lentos y suaves movimientos ascendentes que la transportan como si fuese inmaterial, como si no tuviese peso, sin existencia, levitando, alzándose por sobre el horizonte, hacia arriba, subiendo en lentas ondas de calor vaporoso, y desde el cielo siente calor, ve al sol muy cerca y ve nubes, algunas blancas y ardientes, otras oscuras casi congeladas y las nubes se combinan, se mezclan y la sangre empieza a tener frío, más frío y se congela, y se endurece y cae y cuando cae hacia la tierra, la sangre se vuelve líquida, se vuelve una transparente gota de lluvia que cae hacia la tierra y cuando cae es gota de agua y sigue siendo sangre.
Cuando cae, la sangre moja a un joven:

“Llevo en mí la sangre de mi padre, la sangre de Jacinto Gutiérrez, que fue mi padre y que ahora está muerto pero que me ha dejado su sangre, esta sangre que me moja, que me identifica, sangre que también es la mía y es la de todas las personas que prenden las máquinas y que hacen el mundo con sus manos de obreros, manos sudorosas, manos heridas, haciendo el mundo que será del patrón. Y mi padre me dejó esas manos y yo soy obrero, eso soy, un hacedor del mundo, un forjador de ciudades. Yo soy el que construye, el que hace con sus manos, con estas manos llagadas, heridas, laboriosas. Son las manos que me dejó mi padre. Ésa es mi herencia, sus manos y su sangre, nada más. Jacinto Gutiérrez, yo soy tu hijo, tu sangre, soy esta sangre que es tuya, y que me moja, y que también es mía, porque es mi herencia. Soy el obrero, tu hijo, el heredero de tu sangre. Yo seguiré tu batalla, venceré al patrón”. (final capítulo cuatro)

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