viernes, 26 de noviembre de 2010

El pajarito (1º parte)

Pero ahora observe la ventana, señor lector, ve aquel pajarito, obsérvele los ojos, ese pajarito lo ha visto todo. Es un canario que hoy se ha levantado con la luz del sol y ha volado para comer sus larvas de mosquito, que es eso lo que comen y no mijo. Bien, el nido de ese pajarito se rompió por la lluvia y él es el que lo tiene que arreglar, que los pajaritos no tienen albañil y son ellos mismos los que reparan sus nidos, así que ha volado hasta aquel árbol a cortar con el pico una ramita, que no es tarea fácil y que lleva su tiempo y por eso tiene que descansar un poco, que derecho a descansar tiene, que como dice la canción no tiene patrón, y así descansando vio la ventana que es una manera de decir, porque, en realidad, vio a través de la ventana y vio a estas cuatro persona que yo le vengo contando, solo que el pajarito los vio desde el otro lado y desde más alto y primero no se dio cuenta pero algo le llamó la atención, que a esa persona la están golpeando aquellos tres. Nosotros, señor lector, sabemos que en realidad el que golpea es uno, que otro pasa la picana y que un tercero pregunta, que si bien, no es lo mismo, cualquier pajarito podría confundirse y nosotros tampoco queremos ser tan detallistas, así que sigamos relatando: el pajarito piensa: “esos tipos lo van a matar” y en eso, como sabemos, no se equivoca. Entonces el pajarito que tendría que estar cortando su ramita empieza a gritar: “no lo maten” que en realidad no grita sino, canta, o más bien, trina y tampoco dice “no lo maten” sino, “piripipí”, que los pajaritos no hablan en humano, con excepción de los loros que pueden decir “dame la papa” o “viva Perón” pero este pajarito no es loro, canario es. Y el pajarito empieza a cantar desde la rama: “piripipí, piripipí” y se desespera cuando ve al de la picana con el balde de agua y fíjese el horror de esa cara cuando ve que Jacinto Gutiérrez va perdiendo las fuerzas, cuando se desploma contra el piso y cuando agonizante da los últimos suspiros, y entonces el pajarito grita, batiendo las alas con desesperación, “piripipí” y eso significa: “Yo lo vi. Ellos lo mataron”. Y así está el pajarito angustiado, cantando de rama en rama con desesperación para que la gente lo escuche: “yo lo vi, a ese hombre lo mataron” pero la gente no se da cuenta porque no lo entiende, entonces el pajarito lo dice bien fuerte “pipiripipí, piripipí” y cuando las personas lo escuchan se quedan mirándolo con asombro y exclaman: “¡ay! qué lindo canta” hasta que alguien aclara: “no canta, trina”.
Y el pajarito vuelve a su nido, ha vuelto sin la ramita, triste, afligido, y la señora del canario, es decir, la canaria, le ve la cara de horror y le pregunta. “¿Qué te ha sucedido?” Y el pajarito se pone a llorar desconsolado y le dice a su mujer, que ella sí lo entiende: “Yo lo vi, ellos lo mataron”.

El pajarito (2º parte)

Han pasado seis horas, el tiempo suficiente como para arreglar la escena, Jacinto Gutiérrez ya está colgado de la celda con un cinto que fue de Manuel Malvés y que lo ha cedido a modo de colaboración con la institución. El canario quiere saber qué sucederá con el hombre que ha visto morir, por eso lo volvemos a ver, señor lector, en esa rama con la cara de horror que ya le dije. Entonces se queda tranquilo porque ve al estricto doctor Pirovano que, a raíz de las sospechas, ha ido a fiscalizar el lugar del incidente de manera personal y el pajarito sabe que el estricto doctor Pirovano es un buen padre de familia y que es un señor muy aplicado en su trabajo. El pajarito lo conoce porque el estricto doctor Pirovano le deja semillitas en un platito y el pajarito le canta un poco mientras come. El estricto doctor Pirovano hace un estudio de la situación, cerciora que el cuerpo está colgado y sin querer pasa por alto los dientes rotos, los labios lastimados, y tampoco puede ver las dos costillas quebradas, que para eso faltaría una radiografía, ni las quemaduras en la muñeca, ni los hematomas en los huevos, ni el párpado cortado al punto que casi le salta el ojo, que el estudio debe ser ligero y a otra cosa mariposa, que éste no es el primero ni será el último, que a veces hay excesos pero la institución funciona y que bueno, es lamentable pero no hay dudas de que el señor Jacinto Gutiérrez ha tomado la triste decisión de suicidarse por propia voluntad, que si se trata de un suicidio no puede ser voluntad de otra persona y ahí está su firma, que a eso ha venido. Pero el pajarito está mirando por la ventana, “Yo lo vi, ellos lo mataron”, dice desde la rama, “no se suicidó, lo mataron” y salta de una rama a la otra, “piripipí, piripipí”, que por muy cerebro de pajarito que tenga, se da cuenta del engaño pero qué puede hacer el pajarito, salvo gritar la verdad.
Pero el pajarito volará y seguirá volando, cantará de árbol en árbol: “Yo lo vi, ellos lo mataron” y les explicará la verdad a todos los canarios y ellos le dirán: “Que se haga justicia, yo te ayudo” y así, en cada uno de los árboles se escuchará el trino de los canarios cantando lo que le sucedió a Jacinto Gutiérrez, que los canarios quieren que se sepa la verdad; pero detengámonos en el idioma, porque los canarios se entienden porque manejan el mismo idioma, por eso cada vez que ven al señor Manuel Malvés o al estricto doctor Pirovano o a los tres tipos, los canarios les gritan piripipí que quiere decir “asesino”, pero eso no preocupa a estos sujetos que no entienden el idioma pájaro y si lo entendieran, tampoco se sentirían ofendidos porque cada uno tiene su oficio. (fin capítulo II)

lunes, 22 de noviembre de 2010

Jacinto Gutiérrez (1º parte)

Hay varias personas que fuman y que discuten sobre un paro. El de allá es Jacinto Gutiérrez.

Apenas hemos llegado a la comisaría donde han detenido a Jacinto Gutiérrez y ya estamos viendo cómo un señor que se llama Manuel Malvés le pregunta el nombre de sus compañeros, nosotros los conocemos, recién hemos mencionado la reunión dónde decidieron convocar al paro, si dijéramos que no los conocemos, usted, lector, nos daría por locos o que simplemente no queremos colaborar con la información que poseemos y como Jacinto Gutiérrez permanece callado yo digo que es él el que no quiere colaborar ni con usted ni con el señor Manuel Malvés de quien, nosotros, como corresponde, ya hemos informado el nombre y como si fuera poco el apellido para que usted, lector, sepa que no es nuestra intención ni ofenderlo ni negarle datos que usted sabrá para qué le serán útiles. Si en este momento no mencionamos los nombres de los organizadores del paro no es culpa nuestra, es que Jacinto Gutiérrez, el tornero, está pensando en el mayor de sus hijos, que aunque tenga cuatro, él solo piensa en el mayor y así se lo digo yo que no quiero tener problemas ni con usted ni tampoco con Jacinto Gutiérrez aunque, creo, el que va a tener problema va a ser él, porque eso es lo que le dice Manuel Malvés, pero Jacinto Gutiérrez sigue pensando en el mayor de sus hijos y usted puede decir que cuál es el problema, que puede pensar en el hijo y decir el nombre de los compañeros, que una cosa se hace con la boca y la otra con la cabeza o con lo que sea pero no con la boca, pero Jacinto Gutiérrez no lo ve de esa manera, porque cuando piensa en su hijo mayor, en realidad, está pensando en lo que su hijo pensará de él cuando no esté, es decir, cuando se muera y usted lector, a pesar de los circunloquios, sabe que eso sucederá pronto. Jacinto Gutiérrez se imagina a su hijo diciendo mi padre se calló, no entregó a sus compañeros, y Jacinto Gutiérrez piensa que de esa manera entrará en la historia, no en la que está en los libros sino en la historia que su hijo contará a los que serán sus nietos, y sus nietos continuarán el relato y hablarán de Jacinto Gutiérrez, el tornero, el organizador de paros, el que les hizo frente. Por eso, ahora, Jacinto Gutiérrez le hace frente a Manuel Malvés y permanece callado que es una linda forma de hacer frente y nosotros, señor lector, simplemente no podemos ofrecerle esa información por la culpa de este tornero que se llama Jacinto Gutiérrez que se pretende héroe para que su hijo mayor hable con orgullo de su padre que quizás no herede de él otra cosa, que convengamos, señor lector, no es poco. Pero Manuel Malvés no quiere historias ni orgullos paternos, solo quiere los nombres de los compañeros y pienso yo que si Jacinto Gutiérrez le dijera algunos nombres, con eso ya Manuel Malvés se daría satisfecho y nosotros también y podríamos continuar el relato pero no hay caso, aquí estamos detenidos, pero eso será por poco tiempo porque Manuel Malvés lo amenaza con la leonera, o sea, le dice “mirá que vas a ir a la leonera” y Jacinto Gutiérrez sabe qué es la leonera pero no dice nada, fíjese que este hombre también sabe los nombres de sus compañeros pero se niega a hablar, así no hay relato que se pueda contar y yo hago solamente lo que puedo, pero señor lector no desespere que pronto sabremos lo que es la leonera porque esos tres tipos están llevándose a Jacinto Gutiérrez que se agarra del marco de la puerta para hacerles el trabajo más... (continúa)

sábado, 20 de noviembre de 2010

Jacinto Gutiérrez (2º parte)

... a Jacinto Gutiérrez que se agarra del marco de la puerta para hacerles el trabajo más difícil pero la fuerza de estas tres personas es enorme comparada con la de este hombre que solo piensa en su hijo mayor y en la historia que su hijo contará. Pero lector, ahora que estamos en la leonera le digo yo, por mi cuenta, para que sepa que mi intención es mantenerlo informado, que nada se puede esperar de este hombre mientras siga pensando en su hijo. La leonera es un lugar y no un objeto, eso yo me lo había imaginado y creo que usted también, es un lugar como una jaula pero jaula no es, porque, como verá, allí hay una ventana chiquita, ubicada en lo alto, pero ventana al fin, que la idea de esa ventana no es mirar el paisaje sino, más bien, es dejar entrar un poco de luz y de aire y usted puede preguntar que por qué hay una ventana en un sitio que ya suponemos para qué sirve y yo le digo que la pregunta es muy buena y que simplemente no lo sé pero ventana hay y retenga el dato porque esa ventana va a ser importante para el próximo capítulo, pero por definición, el próximo capítulo no es éste y no queremos marearlo desordenándole la historia, así que no nos detengamos y continuemos con la descripción que hay pocas cosas en la leonera, una mesita con algunos papeles y dos sillitas que eso es normal y de eso Jacinto Gutiérrez no puede quejarse, pero sí puede quejarse de la cama que está allá, que no es cama porque es toda de metal y sin colchón, que eso no es para dormir, señor lector, y los tres sujetos que de ésos no sé el nombre, si no se los diría, lo atan a esa cama de modo que cuando le pegan, Jacinto Gutiérrez no puede cubrirse el rostro y es por eso que uno de los tipos ya ha conseguido partirle un diente con una piña en la mandíbula. Diente, sangre y saliva salen por la boca de Jacinto Gutiérrez que eso no es bueno tragarlo, y por eso escupe pero no habla y estos hombres no han venido a ver cómo Jacinto Gutiérrez escupe sino a escuchar los nombres de los compañeros, nombres que serán recordados, escritos y transmitidos al señor Manuel Malvés para que él tome las decisiones adecuadas, que donde manda capitán no manda marinero y que cada uno debe dar lo mejor de sí, y lo mejor que pueden dar estos tres individuos son golpes contra una persona atada a una cama de hierro, que primero es un puño y después es otro, que esto de golpear cansa y hace doler los nudillos, pero la humanidad cuenta con instrumentos para facilitarse las tareas, que en eso se diferencia de los animales y aquí no hay animales y a nadie queremos calificar en esos términos. Y cuál fuel primer instrumento que utilizó el hombre, ¿lo digo yo o lo dice usted?, el primer instrumento que utilizó la humanidad fue un garrote, un simple palo y con ese palo el hombre, que todavía no podía pararse en dos patas o piernas, que es ahí cuando dejan de ser patas y pasan a ser piernas, pudo castigar a sus presas como estas tres personas están castigando a Jacinto Gutiérrez, que le pegan en el estómago y lo dejan sin aire y después en la cabeza y Jacinto Gutiérrez siente el ruido seco, de palo golpeando contra una cabeza indefensa, el mismo ruido que en la prehistoria escucharon miles y miles de animales. El hombre y su presa, y entre ambos, un instrumento, un garrote, un palo que golpea a un hombre atado y el estómago se endurece, se contrae, se queda sin aire y por más que quiera, ese hombre, que es Jacinto Gutiérrez, no puede respirar porque los músculos del estómago se le han endurecido, quizás muerto, pero no, el aire empieza a entrar lentamente y lentamente se le vuelven a llenar los pulmones y Jacinto Gutiérrez sabe otra vez que está vivo y también sabe que está vivo porque siente otro golpe en la cabeza porque lo están golpeando de manera alternada para que la presa, Jacinto Gutiérrez, no espere los golpes, que eso es golpear con profesionalismo y estas tres personas son profesionales, saben cuándo y dónde golpear, saben aplicar un ritmo y una intensidad en los golpes y saben preguntar, que esa es, quizás, la tarea más importante que estos tres hombres saben hacer, entonces uno pregunta “querés más”, que la pregunta tampoco es tan difícil de formular como usted, lector, se puede dar cuenta y Jacinto Gutiérrez obviamente no quiere más porque cuando el palo le golpea el estómago se queda sin aire y cuando le golpea la cabeza escucha el ruido seco que él siente como si el hueso o los huesos que le cubren la cabeza se le hicieran astillas pero qué puede hacer, señor lector, un pobre hombre que no quiere que su hijo lo considere un traidor y que solo le quiere heredar el orgullo de poder decir “mi padre les hizo frente”. Pero el tiempo pasa rápido y como el palo es un arma muy primitiva uno de los sujetos agarra un aparato eléctrico que se llama picana, que eso es más moderno y hay que estar actualizado con los tiempos que corren y usted ya sabe señor lector, es en el cuello y en la boca y en las encías, que uno hace eso, el otro golpea con el palo y el último le dice que hable, pero nosotros sabemos que se niega a colaborar aunque grite, que gritar no es hablar, es más bien una manifestación de dolor o de suplicio o de que el cuerpo se le está ardiendo por dentro y que ya no aguanta más, pero sí, aguanta, piensa en su hijo y aguanta. Y eso es la leonera, señor lector, que yo no voy a retacearle información, porque usted para eso compró el libro, que en la medida que Jacinto Gutiérrez empiece a hablar yo lo mantendré al tanto, que yo no puedo decirle los nombres mientras el sujeto se niegue a declararlos, que para eso estas tres personas de la leonera están realizando su trabajo con profesionalismo y están picaneándole las encías y los huevos o testículos para no ser tan vulgares, que para eso también está la leonera como le acabo de decir; como ve, todo funciona en orden, y lo único anormal, pero anormalidad fácilmente subsanable es que ... (Continúa)

viernes, 19 de noviembre de 2010

Jacinto Gutiérrez (3º parte)

... anormalidad fácilmente subsanable es que Jacinto Gutiérrez después de que le pasan la picana por los huevos sigue sin hablar, que estas tres personas, saben cuáles son las partes sensibles del cuerpo, y los huevos de hombre son muy sensibles como usted podría comprobar si recibiera un pelotazo en los mismos, es por esa razón que ahora uno de los sujetos se dedica a darle más voltaje a ese aparato que le dije, entonces tengo que volver a describir a los cuatro individuos que están en la leonera: uno que controla la cantidad de electricidad, uno que pasa la picana por los huevos y a veces putea, el tercero que pregunta por los nombres y también, a veces, putea y el cuarto, obviamente, es Jacinto Gutiérrez que también lo tenemos que nombrar, que, aunque él no nombre a sus compañeros, nosotros sí lo nombramos a él y al señor Manuel Malvés y si no hemos procedido de igual modo con estos tres señores que acabamos de describir ha sido simplemente porque verdaderamente no sabemos sus nombres, situación que, de alguna manera, nos preocupa, porque si usted, señor lector, nos preguntara, con los instrumentos que el señor Manuel Malvés tiene a su disposición para requerir información, nosotros simplemente estaríamos gritando del modo en que Jacinto Gutiérrez lo está haciendo en este momento pero no hablaríamos porque verdaderamente no sabríamos los nombres de estas tres personas, a las cuales las hemos llamado “personas” en primer lugar porque la palabra carece de subjetividad y no queremos faltarle el respeto a nadie, y en segundo lugar, porque, repito, no sabemos sus nombres, solo sabemos que están en la leonera y que el de los controles pone la palanca al máximo, de modo que Jacinto Gutiérrez siente espasmos en el pecho y quiere sacar el ardor con un grito que es ayyyy y no un nombre de compañero, pero eso no les sirve ni a las tres personas, ni al señor Manuel Malvés ni, por supuesto, a usted, señor lector, y ese grito se hace interminable hasta que el de los controles baja la tensión y entonces Jacinto Gutiérrez deja de gritar y solo jadea, y el que pregunta le vuelve a decir “dale cantá, con quién estabas en la reunión de ayer” y nosotros nos damos cuenta de que el verbo cantar es una metáfora que utilizan estos tres señores aunque poetas no sean, que mientras diga los nombres de los compañeros a ellos les da igual que sea en forma de canto o pronunciación común pero Jacinto Gutiérrez no los dice, ni los pronuncia, ni los canta, Jacinto Gutiérrez les hace frente, por eso el de los controles sube otra vez la palanca y Jacinto Gutiérrez vuelve a sentir el ardor desde los huevos hasta la cabeza mientras el que pregunta, pregunta, el que pasa la picana, pasa la picana y el de los controles, controla que no se le muera, que muerto no dice los nombres y a él no le importan los nombres pero a Manuel Malvés sí, pero, en realidad, a Manuel Malvés no le importan tampoco porque a él se lo han preguntado otros tipos que requirieron del servicio policial, y él sabe para quiénes funciona el servicio policial pero no le importa para qué quieren los nombres y a nosotros tampoco nos importan los nombres pero simplemente queremos informarlo a usted, señor lector, que para eso estamos relatando lo que sucede en la leonera y por eso le contamos que el que pasa la picana ahora se la pasa por los ojos, que también es parte sensible, y Jacinto Gutiérrez comienza a temblar nuevamente y además del ardor en el cuerpo siente el olor a pelo quemado que es el de las pestañas y otra vez grita, que cuando grita dice ayyyyy de manera desgarradora, como si le doliera cada letra de la exclamación pero no dice nombres de compañeros porque, a pesar del dolor, Jacinto Gutiérrez solo piensa en su hijo, entonces el de los controles sube un poco más y mira las agujas y fíjese lo que es la tecnología, señor lector, que una aguja mide la tensión del aparato y otra aguja marca el ritmo del corazón de Jacinto Gutiérrez o de cualquier persona que esté en esa situación, que la leonera no es solo para Jacinto Gutiérrez, y fíjese que de esa manera, una persona medianamente profesional puede hacer que los interrogados que no hablan lleguen al límite del dolor y se mantengan en esa zona por un tiempo, que de otra manera, difícilmente se lograría, y es eso lo que hace el que controla, que sube la palanca y cuando ve que la agujita que marca el corazón empieza a alterarse vuelve a bajar la tensión y así Jacinto Gutiérrez deja de gritar y, aprovechando el silencio, el que pregunta reinicia el interrogatorio “dale hijo de puta decíme los nombres y te dejamos” que es así como pregunta porque, además de preguntar, insistimos, putea, lo que constituye, por qué no decirlo, una falta de respeto que nosotros, señor lector, debemos reproducir contra nuestra voluntad y con la única intención de mantenernos fieles a los sucesos que le estamos relatando.
Desde mi punto de vista, creo que el menos afortunado en cerebro de estos tres individuos es el que pasa la picana que hasta ahora no ha tenido muchas ideas originales y hasta los compañeros piensan lo mismo que yo, y es por eso que no quiere ser menos y ante la mirada de los otros dos, que quedan sorprendidos, sale sin decir nada y cuando vuelve, vuelve con un balde de agua y el tipo piensa que con esa idea está resultando más cruel que sus compañeros y que por eso lo van a respetar, porque el agua potencia los efectos de la electricidad en el cuerpo y eso lo sabe porque es un profesional y eso lo llena de orgullo, que ideas como ésta no se le ocurren a ningún tonto, pero el agua es fresca y fue sacada de un pozo y no es culpa del agua que esté en la leonera y cuando va en el balde, ella ya sabe que para qué será usada y quiere enfriarse y cuando el que pasa la picana arroja el baldazo sobre la cama, el agua le mira la cara a Jacinto Gutiérrez y se hace fresquita para limpiarle el sudor y la sangre que son otras aguas como ella y para aliviarle el ardor que Jacinto Gutiérrez siente en todo el cuerpo y el agua le dice: “eres un héroe, puedes irte” y el que controla ve cómo la agujita que mide el corazón se altera y luego bruscamente baja.
Se llamaba Jacinto Gutiérrez, les hizo frente. (Termina el primer capítulo)

sábado, 13 de noviembre de 2010

Moctezuma

Soy el elegido de la raza elegida; soy el gran Moctezuma, el que vence; soy el creador de los días, el poderoso; soy el hijo del sol; Mañana, habré muerto.
Goberné el mundo conocido y pude gobernar el desconocido si ese hubiera sido mi deseo. Mi voluntad (que es la del sol) se cumplió en los 200 pueblos. Mi semen (Que es el del sol) fecundó las 200 mujeres elegidas, tan elegidas como yo. Fui invulnerable, sometí al rebelde, esclavicé, destruí, vencí a los enemigos más temibles, asolé pueblos, maté, derroté al malvado y lo castigué.
Mi padre y el padre de mi padre lo mismo hicieron, la raza elegida exigió que lo hiciera y nada me costó hacerlo. Mi destino (que es el del sol) así lo indicaba en las piedras de Tetetzal.
Hacia el este un espejo se levanta. Vienen seres con barba que practican los mismos rigores. Avanzan sobre mi territorio reclamando poderes y supremacías que sólo yo poseo. Algo de mis formas observo en la veloz embestida de mis rivales y percibo algunos de mis gestos sagrados en sus imágenes.
Los seres de barba son sólo creaciones, fantasías, pruebas. Todo me indica que no son ciertos, que son ilusiones que dejarán de existir cuando yo lo disponga.
Dos cadenas me inmovilizan en esta celda oscura y el mundo se aleja de mí. La raza elegida se estremece frente al invasor y es diezmada en la ciudad sagrada. La certeza me justifica y ya no la tengo. Debo aceptar que la incertidumbre se apoderó de mí. Debo reconocer que estoy dudando aunque la duda también es una creación mía. ¿Acaso no soy el creador de los días?
Ya le he dicho a Cautemoc que no estoy en un lecho de rosas. Mi condición de sometido confunde a mis súbditos que han pasado frente a mí sin reconocerme, sin hacer las señales de respeto que me corresponden. Deseé sus muertes y no se han producido. ¿Acaso no soy el hijo del sol?
Estoy vivo porque respiro pero eso no me distingue de mis súbditos, ni siquiera de las tribus inferiores. ¿Acaso no soy el elegido de la raza elegida? Me reconozco débil, limitado, vulnerable, como si fuera un hombre ¿Acaso no soy el que vence?
Poco a poco, el mundo se libera de mí y lo voy perdiendo como si nunca hubiera respondido a mis órdenes, como si siempre hubiera sido ajeno a mi voluntad (que es la del sol) ¿Acaso ya no soy el poderoso? ¿Acaso ya no soy Moctezuma?.
Demasiadas dudas para ser el elegido de la raza elegida.
Demasiado profundas para ser el hijo del sol.
Moctezuma ha muerto, mañana moriré yo.

El Matasiete

Hay una línea; para arriba cielo, para abajo pasto. La pampa. A lo lejos, se ve un punto que se viene haciendo gaucho. Es el Matasiete, un soldado rosista que trabajaba en un matadero de Barracas y que se vino para acá cuando cayó el tirano.
Le dicen el Matasiete pero solo tiene tres muertos. El último, acaso el más recordado, fue un unitario que mató de manera mala y que no describo por pudor a las damas. Así no se mata a un hombre.
Sobrevivió a Caseros y se amancebó con una de por acá que ya tenía hijos. Ahora esta yendo a la pulpería para quemarse la garganta con grapa y con gritos. Quiere jugar al naipe, tocar la guitarra y cantar la zamba del pato. Por la mañana, regresaría a su casa si no fuera porque el Matasiete esta noche va a morir.

Nunca me aficionó la baraja pero me dijeron que jugar al truco es fácil. El Matasiete sabe jugar a lo que sea y juega bien y juega por plata, porque un hombre juega por plata, sino no juega.
Los otros también saben. Uno es un gaucho payador que le dicen Martínez Fierro y que viene de Ayacucho. No canta mal pero se nota cuando exagera el dialecto gaucho. Dice “culandrera”, “vigüela”, “indino”. No sé. Acá nadie habla de ese modo.
El compañero es uno de esos negros de los que todavía no murieron en las guerras. Me dijeron que el otro le mató al hermano sin motivo y que cuando este le vino a vengar la injusticia lo resolvieron con una payada. Ahora están jugando juntos. La historia me resulta inverosímil.
Del otro no retengo el nombre. Supongo que el Matasiete lo aprecia porque están jugando de compañeros y porque cuando muera le va a pedir una encomienda. De todos modos no me gusta su actitud. No tiene coraje. Si hubiera actuado como amigo con un consejo oportuno, el Matasiete quizás habría podido salvarse. Que en la mala falte Dios pero no el amigo.
El lector, más ducho que yo en los juegos de la baraja, sabrá que al truco se juega de a cuatro personas y que tienen que mentirse y especular qué cartas tiene el otro. Un juego de mentirosos que se le dice. De las apuestas no sé nada y nadie me ha podido ilustrar al respecto.
Los cuatro están jugando en las mesas de por allá, donde juegan los que saben porque casi no llega la música, ni los gritos, ni los mirones que son los peores porque te dan mala suerte. Hay dos grupos más disputándose a las cartas y dos que son viejos juegan al ajedrez. Para el otro lado, están tres mujeres loras que se van con los hombres por un billete de a cinco.
Es sábado y la guitarra corre de mano para que cualquiera la toque. La guitarra se parece a la lora. Alguno de los ejecutantes canta algo que tiene malas palabras y que ahora se llama tango. Dicen que se la enseñaron los negros. Cada tanto algún parroquiano borracho le da una moneda a la mujer para bailar pegado y frotarla. La lora aprovecha para decirle entre risas que por un billete se pueden ir al cuarto.
El Matasiete es de mala bebida y se pone bravo con las copas. En la pulpería no tiene buena fama y los parroquianos tratan de evitarlo. Los gauchos trabajan todo el día y no vienen a pelearse. Vienen a jugar, a saber cómo va la guerra y quién gobierna en Buenos Aires, vienen a bailar y a tirar la taba.

Lo cierto es que el Matasiete llevaba perdiendo cuatro partidos y estaba por perder otro. La borrachera lo desconcentraba y no reía. Se había arremangado porque sentía calor y cada tanto se rascaba la cabeza. Tenía el ceño fruncido, enojado, como un gaucho que quiere pelear.
Alguien, un imprudente, gritó entre carcajadas: “te están dando como al unitario”. Las risas sonaron forzadas, falsas. Eran risas para humillar. Ya dije que el Matasiete no era querido.
El Matasiete no se rió porque estaba perdiendo y porque estaba nervioso y porque esa noche no reía. Lo del unitario era cierto pero había pasado hacía mucho. Nadie supo cómo llegó el rumor a estos pagos. La gente es chismosa.
El gaucho pidió otra botella de grapa para tomar solo. El pulpero, un tal Recabarren, mencionado en algún cuento de Borges, tendrá pronto un ataque que lo dejará paralítico para siempre.
El Matasiete comenzó a mezclar los naipes mirando serio a los dos rivales. Las cartas le hervían y siempre eran malas. La borrachera no le dejaba escuchar al paisano que cantaba y le sonaba un ruido lejano, difuso y sin sentido.
-Me quería dejar como a un bruto delante de los muchachos- dijo tirando una carta sobre la mesa. Tomó un trago y un chorro se le fue por la comisura de los labios –En ese tiempo a mí nadie me trataba como a un bruto-.
-¿Perdón?– preguntó Martínez Fierro mientras mezclaba las cartas. El Matasiete se paró porque quería pelear y en voz demasiado alta dijo: -que con el Supremo, a los pobres nadie nos tocaba el culo, señor-.
-Pues por mí, no hay problema- respondió Martínez Fierro con una sonrisa en los labios que se le asomaba por la barba.
-Siéntese amigo, acá nadie lo va a pelear- invitó el moreno.
El Matasiete se sentó. Estaba enojado tal vez por el partido, tal vez porque con cortesía le habían rechazado una provocación, tal vez porque le recordaron al unitario.
-Pulpero, otra ginebra- reclamó golpeando la mesa. Pidieran lo que pidieran Recabarren siempre servía lo mismo. Allí solo se servía grapa o lo que sea pero que Recabarren compraba a nombre de grapa y vendía ante cualquier denominación. Whisky, ginebra, grapa. Al gaucho no le importa el nombre. Lo importante es que queme. Recabarren se acercó con otra botella y sirvió con la mano temblorosa, tal vez síntoma de su futura parálisis; tal vez síntoma de que las cosas no andaban bien.

El Matasiete le dijo “truco” a sus dos oponentes. El moreno respondió “quiero” y tiró el uno de espadas. Creo que volvió a ganar. Cualquier juego es sonso para el que no conoce.
-¿Qué me vienen a hablar de ese unitario hijo de puta?, con Rosas, los ricos también tenían que cumplir la ley, carajo- dijo el Matasiete lo suficientemente alto como para que se escuchara y se quedó observando a Martínez Fierro con la mirada seria.
El payador respondió a la mirada, no a la voz- Parece que el amigo es rosista-.
-Soy de Rosas, del general Pacheco y de Facundo Quiroga que mataron ustedes en la Barranca del Yaco- la cara del Matasiete permanecía fruncida, rara. La cara invitaba a pelear.
-Discúlpeme señor, pero ese palo no es para mi gallinero- respondió el payador- fíjese que no soy unitario y que alguna vez le canté al Chacho Peñaloza. Ése sí que peleaba por el gauchaje. Ése nunca iba a irse para la Inglaterra, donde viven los ricos-.
-¿Lo dice por el Supremo? Sepa que no huyó y que va a volver y ya verá lo que hacemos con los unitarios que nos quedan- amenazó el Matasiete. Nadie respondió.
El moreno mezcló los naipes y los repartió para empezar una nueva mano. Esta será la última. El Matasiete tomó un trago antes de fijarse cuáles eran sus cartas. La falta de respuesta a sus provocaciones lo enervaba. Notaba que se reían de él.
-Sepa señor que yo, que soy el Matasiete, federal hasta la punta del pelo y rosista hasta que me vaya para el otro mundo. Yo jugué mi vida en Caseros y vi cómo los muchachos pintaban el pasto de rojo por la federación. Esos eran valientes- el Matasiete se había parado otra vez.
El moreno y Martínez Fierro miraron al compañero del Matasiete para que lo calmara pero éste no hizo nada. Por eso dije que no me gustó la actitud. –Sepa señor que yo fui encargado del matadero de La Encarnación. Yo mataba las vacas que comían el Supremo y su señora esposa, Doña Encarnación Ezcurra, que en paz descanse- el Matasiete alzó el cuchillo de matarife bien alto como para que todos pudieran ver su audacia y lo clavó en el medio de la mesa. El cuchillo atravesó el seis de espada. Conservo la carta como recuerdo del episodio.
-Me rompés la mesa, borracho- gritó Recabarren saliendo del mostrador. Alguien lo contuvo.
El parroquiano que estaba cantando se calló cuando vio aquel incidente. La pulpería se hizo silencio. El silencio es parecido a la muerte. Hasta un vasco que estaba en el cuarto fue a mirar sin terminar el turno. Una de las loras se persignó en la estrella de David que tenía en el cuello.
-Mire señor- dijo Martínez Fierro mirando el cuchillo clavado frente a él- yo soy un gaucho desgraciado como lo señalo en mi biografía. Estuve tres años en la frontera, dos como desertor y cinco en el desierto con unos indios que nunca quise. Ahora trabajo de payador, quiero mandar a los chicos a la escuela, no me obligue a salir de la ley otra vez-.
Las palabras de Martínez Fierro fueron sensatas. La segunda parte de su libro ya mostraba cómo se había amansado. No critico al payador porque nadie lo hizo. Cualquier lector neutral podrá darse cuenta de que el Matasiete fue el provocador. El que me juzgue tendencioso que verifique con otro testimonio.

Se tiró al suelo; al dentrar;
le dio un empellón a un vasco,
y me alargó un medio frasco
diciendo: -Beba cuñao.-
-Por su hermana-, contesté.
-Que por la mía no hay cuidao.-

-¿Ah, gaucho!-, me respondió
-De qué pago será criollo?
lo andará buscando el hoyo?
deberá tener buen cuero?
porque donde bala este toro
no bala ningún ternero
.-

Canto VIII (Martín Fierro)


El Matasiete seguía mirando serio. Sacó el cuchillo que había clavado en la mesa con la mano derecha y agarrando el vaso de grapa le dijo al payador: “beba cuñado”.
Martínez Fierro se paró, sacó su facón y respondió: “con mi hermana no se meta”. Un golpe y el vaso que rueda y se estrella contra el piso. Los espectadores retrocedieron para dejar lugar –Cuñado me dirá por su hermana que por la mía no hay cuidado-.
Vi al moreno tomar la guitarra y retirarse entre la gente. Antes de salir dirigió al público las siguientes palabras: – al que me joda ningún cuchillo, pelo el tiracuhete y lo cago a tiro- La declaración era un síntoma de que con la pólvora se empezaban a acabar los guapos.
El Matasiete aligeró el vocabulario: -¿Ah gaucho!- dijo a modo de incitación.La borrachera le confundía las expresiones, no se sabía si era una pregunta o una exclamación. Estaba más concentrado en la pelea que en el diálogo.
Martínez Fierro ya decidido le respondió mientras mostraba el facón como para darse ánimo: -¿De qué pago será criollo, lo andará buscando el hoyo, deberá tener buen cuero, porque donde bala este toro, no bala ningún ternero?-. La respuesta era extensa pero tenía gracia y estaba bien rimada. Se notaba que era payador.
Algún parroquiano inoportuno corrigió el error semántico: “los toros mugen, las ovejas balan”.

Los dos gauchos ya habían entrado esos mismos cuchillos en cuerpos cristianos. En este momento nada suena; ni la mesa que corren, ni el grito de una mujer, ni la respiración de los duelistas. Los brazos, el pelo de la barba oscura, la espalda arqueada, el movimiento de la mano, el sudor, el brillo de los cuchillos, los dientes apretados, los ojos. Un paso atrás y el rostro del Matasiete que se contrae, porque siente el hierro hurgándole el estomago. No quiso correrse. Prefirió que el tajo fuera grande para morir rápido. Entristece ver la cara de un moribundo.
El payador se fue despacio para que supieran que no estaba huyendo.

La lejanía del recuerdo y la falta de recursos me impiden expresar la angustia de aquel momento. Me limitaré a retransmitir las palabras del acuchillado. Que el lector complete el dramatismo como crea necesario. El interlocutor al que se le pide la encomienda es el compañero que ya he mencionado:
-Cuando venga el Supremo dígale que acá muere un soldado suyo, que muere con la divisa puesta para que sepan que fue federal y dígale que muere pobre sin un centavo de más, no como esos que andan cenando con el maestrito sanjuanino. Porque yo fui su soldado porque quise, porque los ricos me dan coraje y porque siempre me gustó defender la causa federal. Muero pobre, borracho y bravo, pero tengo derecho a estar orgulloso por la causa-.
A continuación, el Matasiete refirió la encomienda que ya fue anunciada tres veces: -Quiero que lleve este cuchillo donde estaba el matadero de La Encarnación. Entiérrelo ahí, en una tumba que le hicimos a un pibe guacho que murió en un accidente. Después de todo lo hicimos por ellos. Entiérrelo ahí. Alguna vez, alguno de esos pibes va a venir y va a instalar la federación para que a nadie se trate como a un bruto y para que las cosas se hagan como tiene que ser. El cuchillo le va a servir-.
El Matasiete respiró por última vez, apretó los dientes y gritó como mordiendo las letras: “viva la santa federación, mueran los malditos, salvajes, inmundos unitarios”.
En ese tiempo se tenía por costumbre desalojar la pulpería en caso de una muerte violenta. Los parroquianos se fueron en silencio y Recabarren cerró la puerta. Hasta donde yo vi Recabarren gozaba de perfecta salud.